Interludio

Logró por fin salir arrastrándose de entre los escombros, después de varias horas de escarbar y quitar piedras sus manos estaban cansadas y maltratadas, pero había logrado salir, sólo para constatar la destrucción.

Había a penas pisado el lobby del edificio en que trabajaba cuando sintió el suelo estremecerse y el edificio se desplomó. Tuvo suerte de salir en una sola pieza. Ahora se sentía confundido y desorientado, una especie de ceniza volcánica caía cubriendolo todo, no había calles ni estructuras, solo un mar de escombros que se extendía hasta donde alcanzaba la vista y silencio, el más inquietante silencio que jamás hubiera sentido.

Caminó como pudo entre los obstáculos hasta que empezó a escuchar una voz pidiendo ayuda. Respondió la llamada y guiado por su voz la encontró. Era una joven, estaba acostada sobre el techo de un auto, se acercó y de inmediato vio que estaba mal herida.

—¿Sabes que pasó?
—No, estaba de compras, de pronto todo se puso oscuro y perdí el conocimiento, después de eso solo se que el dolor me despertó y me encontré aquí, llevo horas pidiendo ayuda. Respondió ente sollozos
—¿Puedes moverte?
—No, traté pero el dolor es demasiado, no puedo soportarlo.
—¿No has visto a nadie más?
—Eres el primero que pasa, por favor ayúdame, no quiero morir.
—Déjame ver que consigo.

Caminó por un buen rato y descubrió una ambulancia medio enterrada entre los escombros, dentro no había nadie. En ese momento se dió cuenta de que a pesar del desastre no habían cuerpos.
Tomó un botiquín de la ambulancia y regresó donde la muchacha. La herida de donde mas sangraba estaba a nivel de su estómago, le pidió retirar la mano y con unas tijeras cortó su blusa. La herida era enorme y el daño interno era evidente, no era médico pero sabía que no le quedaba mucho.

—¿Voy a morir verdad? Dijo mientras dos grandes lagrimas rodaron hacia sus oídos.
—No digas eso, vamos a bendarte para parar ese sangrado.

Como pudo desinfectó la herida, luego le colocó gasa dentro y alrededor, se le ocurrió darle antibióticos, mientras los buscaba vió un par de frascos de morfina la cual le inyectó.
Sentándose a su lado, le acomodó la cabeza sobre su muslo.

—¿Cómoda?
—Si, gracias por ayudarme, jamás me imaginé que terminaría asi.
—No hables de ese modo, cambia de actitud, te pondras bien.
—Gracias por tu esfuerzo, pero se que estoy muriendo, siento como la vida sale de mi lentamente,  ya estoy viendo recuerdos de cosas que ya había olvidado. Me iba de vacaciones hoy, estaba haciendo compras de último minuto y entonces paso esto.

—¿A dónde ibas?
—A Punta Cana en República Dominicana.
—Ah, el Caribe.
—Si, ya hasta tenía un traje de baño diferente para cada dia.

Hubo un momento de silencio

—¿Tienes agua?

Del botiquín agarro una botella de agua.

—Bueno, creo que no es agua oxigenada.

Ella se sonríe. La reclinó un poco más y le dió de beber.

—¿Podría pedirte algo más?
—Si claro.
—Se que te parecerá raro pero...¿Podrias besarme?

Él simplemente se sorprendió.

—¿¡Besarte!?
—Es una de las dos cosas que quiero antes de irme.

Titubeó un poco, pero luego la besó, al principio con cierto reselo, pero luego sin saber como se dejó atrapar por algo inexplicable, algo que hizo de aquel momento único. La besó lentamente, con ternura, como si estuviera acariciando un flor con los labios.

—Ahora ¿Podrias abrazarme?

La reclinó un poco más y la abrazó, ella con lentitud lo rodeó con sus frágiles brazos y susurró a su oído.

—Abrazame con fuerza, abrazame como si quisieras que el calor de tu cuerpo mantuviera el mío vivo, como si con tu abrazo pudieras evitar que la muerte me llevara como si tu abrazo pudiera detener el tiempo y dejarnos así solos tú y yo...solo nuestros corazones...

Una lágrima corrió por su mejilla y terminó en la de él. Sus brazos dejaron de apretarle y lentamente fueron callendo, su respiración se fue haciendo más débil hasta que se detuvo, así como su corazón.
El se compungió de una forma que jamás había experimentado, en solo unos minutos se había enamorado con el alma solo para sufrir amargamente esta pérdida.

No la soltó, siguió abrazandola y llorando hasta que su cuerpo se puso frío, la recostó con cuidado y la contempló una vez más, era en verdad hermosa. Besó sus labios amoratados, se bajó del techo del auto y luego la cargó en brazos para llevarla a un lugar donde pudo darle sepultura.
Volvió a llorar, apretando con sus manos la tierra que ahora la cubría.

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