Vida Animal

Recobró la consciencia en un sobresalto, estaba en medio de una selva, no recordaba nada, ni como llego ni de dónde venía, ni siquiera sabia que hacia ahí. De pronto escuchó voces que se aproximaban, no tuvo oportunidad de reaccionar y esconderse. Un tipo saltó sobre él, derribándolo apuntó a escasos centímetros de su cara un rústico cuchillo, su expresión era de una furia irracional, casi animal, un segundo apareció y le detuvo, cuando el del cuchillo se retiró le ayudo a levantarse.

—¿Estas bien, puedes levantarte?

Se incorporó con cierta lentitud.

—¿Dónde estoy?
—¿No sabes dónde estás?
—No sé, yo...
—¿Recuerdas tu nombre?
—No.
—Escucha lo que te voy a decir, estamos en una situación de mucho peligro, nuestras vidas están en riesgo, sígueme y no te rezagues o morirás. ¿Entiendes, te quedo claro?

Titubeo un poco, aún se sentía confundido.

—¿Me entendiste?
—Sí, si.— Dijo asistiendo con la cabeza.

Aquel hombre vestido de pieles y empuñando una lanza empezó a correr entre aquella selva, el cómo podía le seguía el paso según avanzaban otros más vestidos de pieles se fueron sumando, era un grupo de unos quince. Llegaron a un río, continuaron corriendo por la ladera hasta una cascada, haciendo uso de lianas se descolgaron hasta una saliente. Avanzaron con cautela bajo el vapor de agua, hasta una grieta por la que llegaron a una cueva, dentro otro grupo les recibió, rápidamente notaron su presencia.

—¿Y él?
—Otro recién llegado.
—¿Recuerdas algo? Preguntó un barbudo en tono autoritario.
—Ne..necesito un momento para sentarme, estoy muy confundido.

Aquel individuo lo miro con cierto desprecio y se alejó. El que lo había rescatado se acercó y le ofreció una fruta de aspecto extraño, el solo la observo.

—Mi nombre es Omán. Dijo dándole a aquel fruto una mordida. Se la ofreció una vez más.
—Vamos, sabe mejor de lo que se ve. Y te hace falta.

Le dio una mordida aún con ciertas dudas, efectivamente tenía buen sabor, hasta entonces se dió cuenta del hambre que tenía, se comió esa fruta y un par más que le trajeron, luego le dieron agua, por la prisa con la que quiso beber terminó derramando una parte sobre él, allí noto que sobre sus ropas había un nombre bordado.

—Jack. Musitó
—¿Cómo dices?
—Jack, creo que ese es mi nombre. Dijo señalando la etiqueta en su uniforme color camuflaje.
—Bien Jack, déjame ponerte al tanto. Lo primero es que no estamos en la tierra, estamos en un planeta quien sabe dónde y antes de que dispares tu escepticismo te recuerdo que no sabes cómo llegaste ni recuerdas tu pasado, no eres el único que llego así a este lugar.
—¿Y de quien es este planeta?
—Los Reptilianos, sé que en algún momento de la vida que ya no recuerdas, escuchaste ese nombre, por eso te resulta familiar.
—Reptilianos...¿Extraterrestres?
—Sí, estamos en su planeta y no, no son amistosos, para ellos nosotros somos animales, nos cazan, nos comen o domestican como mascotas.
—¿Como que nos comen?
—Ya te dije, para ellos nosotros somos animales, nuestro grupo es lo que ellos llaman salvajes, a nosotros nos cazan, somos su deporte, luego están los de granja aquellos que son reproducidos en masa para suplir así su demanda de carne humana y por último están los selectos, a estos los usan como mascotas, ya sea para compañía, exhibición o competencia.

El hombre barbudo intervino.

—Pero de tiempo en tiempo llegan humanos que simplemente aparecen, no sabemos cómo o el por qué, siempre pasa que no recuerdan nada, esperamos que algún día uno de los aparecidos logre recordar de dónde viene y como llegó. Tal vez así logremos dar con la forma de escapar de este infierno. ¿En serio no recuerdas nada?
—No, no recuerdo nada, es como si simplemente no hubiera nada que recordar. Lo único que puedo decir es que tengo un terrible dolor de cabeza.
—Sí, lo sé, ahora necesitas descansar y tomar mucha agua  hasta que se te pase siempre le sucede a los que aparecen.
—¿Y tú, también apareciste?
—Sí, así que se exactamente cómo te sientes, sigue mi consejo, mañana te sentirás mejor como para empezar a aprender a cómo sobrevivir en este lugar.

Ciertamente tenía un dolor de cabeza, pulsante y molesto, le dolía incluso tener los ojos abiertos. Se reclinó en aquella rústica cama tejida de bejucos, se quitó las botas y quedo contemplando aquel techo rocoso pobremente iluminado por algunas antorchas, escuchaba varias conversaciones en voz baja de los demás habitantes del lugar, habían incluso mujeres y niños, conversaciones muy bajas o muy complejas como para que su dolor de cabeza le permitiera asimilar algo, se sentía mareando.
Solo se sentó para comer algo que le trajeron y tomar mas agua, eventualmente se quedó dormido. Sintió que le despertaron para que tomara más agua, lo hizo casi inconscientemente, según recordó, el proceso se repitió unas dos veces más.

Cuando por fin despertó llevaba día y medio durmiendo, pero ya se sentía mejor,  así que en compañía de Oman y otros salió en su primera expedición en busca de alimentos.
La selva era hermosa, plagada de criaturas extrañas, muchas peligrosas. Pero Jack estaba más interesado en saber de los Reptilianos. Oman le contó que eran altos, unos tres metros, su piel escamosa era bastante dura, que aunque ellos podían entender parte de su lenguaje estos no entendían nada del lenguaje humano. Aunque muy avanzados tecnológicamente preservaban primitivas tradiciones, ritos y cultos, por eso cazaban con armas muy básicas, lanzas, flechas, cuchillos y trampas eran su arsenal, aunque habían otro tipo de cazadoras que preferían amas y métodos más modernos, esos eran el verdadero peligro.

Los días siguieron pasando, Jack llegó a escapar sin problemas en varias ocasiones, tuvo la oportunidad de verlos con relativa cercanía. Vestían ropas, pero cuando cazaban solo llevaban una especie de taparrabos, tenían colas prensiles y gruesas cerdas saliendo de sus cabezas alargadas, las que acomodaban a modo de cabellos. Las cosas se volvieron algo rutinarias hasta el día que descubrieron la cueva, pocos lograron escapar pero Jack no fue uno de esos, fueron llevados en unos transportes desde los que pudo ver sus ciudades. Tenían grandes edificios, tiendas, fábricas y avenidas bellamente iluminadas.

Y su horror comenzó, los seres humanos eran vendidos como carne al aire libre, en algunos puestos los transeúntes podían elegir el humano que quisieran y allí mismo los encargados los degollaban, destazaban y colocaban en bolsas plásticas para luego ser llevados a los hogares Reptilianos donde serían consumidos. En otros lugares se exhibían ya cocinados, personas completas, aún empaladas en la vara que se usó para darles vuelta mientras eran asados o se les sacaba de la vara, se cortaban en tajos irreconocibles y de aspecto llamativo para ser vendidos al menudeo.  La escena no podía ser menos desgarradora que la de los supermercados que visitó, en la sección de carnes los humanos compartían los refrigeradores con otras criaturas, rebanados, lonjeados, ahumados, molidos. No desperdiciaban nada, cada órgano, miembro y parte tenía alguna forma de consumirla.

También vio las competencias, donde los humanos tenían que recorrer letales campos de obstáculos y el que moría era vendido inmediatamente como carne fresca. También vio las luchas, se hacían apuestas para ver que humano mataba primero al otro y por igual, el perdedor se convertía en alimento.

A Jack le toco la suerte, si se pudiera considerar suerte, de convertirse en la mascota de una familia. Lo mantenían desnudo todo el tiempo, llevando el collar de obediencia. Collar que le propinaba choques eléctricos cuando desobedecía, le dejaba saber cuándo sus amos le llamaban, con el que le localizaban rápidamente si trataba de escapar y que le podía volar la cabeza si a sus amos les parecía.

Nunca más volvió a ver a Oman, con el tiempo se le olvidó como era su rostro, pero aún recordaba lo último que le dijo cuándo los separaron:

-Nunca lo olvides, eres una mascota comestible.

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